Comentario
Para las islas del Egeo, incluyendo, desde un punto de vista cultural y no geográfico, a Chipre, pero no a Creta, en el tercer milenio se detecta una amplia e intensa actividad donde se favorecen los intercambios. Ello también permitió el paso arqueológico rápido hacia lo que se define como perteneciente ya a un período de Bronce Medio, en que Chipre tiene el protagonismo. Las características culturales de la región resultan bien definidas en relación con los vecinos griegos y más vinculadas al oriente del Mediterráneo. Tampoco parece que pueda hablarse en las Cícladas de concentraciones de carácter social o económico que justifiquen la denominación de estructuras jerárquicas o estatales.
En cualquier caso, así como las islas Cícladas comienzan a declinar a partir del Bronce Medio, tal vez afectadas por el desarrollo de potentes estados minoicos o heládicos, en Chipre el panorama cambia, en contacto con Levante y con la misma Creta, y con Egipto, hasta el punto de que el momento de mayor apogeo suele situarse hacia 1200 a.C., después de que allí aparezca la cerámica micénica que caracteriza el ultimo período, sin hacer perder preponderancia a los rasgos propios. Chipre se convirtió en un centro cultural privilegiado que conservó su personalidad y la potenció en múltiples contactos. En una cierta medida, el punto de máximo apogeo fue también el inicio de su decadencia, hacia 1200 a.C., dentro de la catástrofe que afectó a toda la zona oriental del Mediterráneo, incluidos los griegos, en un movimiento que desde el punto de vista historiográfico se identifica con los Pueblos del Mar, concepto que vale para incluir pueblos no bien identificados que, en algunos casos, coinciden simplemente con los que son conocidos, a través de otras fuentes, con otros nombres.
El problema de las fuentes afecta también a Chipre. Al margen de la rica documentación arqueológica, las fuentes orientales usan un nombre, Alasiya, que, cada vez con menos dudas, los investigadores identifican con la isla y con una estructura política allí desarrollada que resultaría coherente con el tipo de hallazgos que la arqueología proporciona cada vez con más solidez. No se trata sólo de los restos indicativos de la permanencia de los establecimientos, sino también de la clara evidencia de que Chipre mantenía contactos con una amplia zona del Mediterráneo oriental, que justificaría la presencia prestigiosa de las autoridades de Alasiya en documentos del continente asiático. En Ugarit, entre los egipcios y entre los hititas, una especia de rey de Alasiya recibe la consideración propia de quien posee un fuerte poder.
De otro lado, también importa considerar la presencia de los griegos micénicos, que dejaron una huella, no indicativa de dominio, sino más bien de relaciones relativamente paritarias. Allí apareció igualmente una escritura similar al lineal A, producto de contactos mediterráneos complejos, en este caso concreto con Creta, pero la lengua que luego se descifró como chipriota revela similitudes con el arcadio, lengua del centro del Peloponeso, de rasgos arcaicos, que para algunos sería la mas parecida a la lengua micénica, la de los griegos de la península al final de la Edad del Bronce, antes de que se operaran las transformaciones de la Edad Oscura en el Peloponeso, las que acabaron con la imposición del dialecto dórico. Según algunas interpretaciones, el chipriota sería el lenguaje de los micénicos que acudieron allí antes de la crisis de 1200 a.C. Los contactos favorecieron, pues, el desarrollo y la decadencia de las estructuras sociales y políticas de la isla. Puede tal vez hablarse de una koiné mediterránea oriental en el tercer cuarto del segundo milenio, donde Chipre desempeñaría un papel aglutinador y potenciador entre estados tal vez más fuertes, pero cuya capacidad estaba también coartada por las rivalidades que llevaban a las constantes guerras como para permitir que una entidad relativamente marginal sirva de encuentro entre el Próximo Oriente, tanto africano como asiático, y las civilizaciones minoica y micénica.